anécdotas del despecho

sábado, 4 de diciembre de 2010

Trencito

Son las 3:26 de la mañana, acostada en mi cama después de un sábado sin salir, sostengo un pedazo de chocolate entre mis labios esperando que la pena se escabulla después de ingerir todos esos químicos y esas calorías que se supone que te hacen feliz. Y es que andaba bien, pero no sé que pasó. Una película con sabor a amargura me inundó las sienes. Un mensaje sobre la inexistencia del amor, me lleno el pecho. Y es que no se trata de eso. No es que yo no crea en el amor, si lo hago. Simplemente, diré, no creo en las personas. No creo en la gente, es un hecho. ¿Contradictorio? Quizás... qué tan rentable es un proyecto a psicóloga que no cree en las personas. Qué tan rentable es el amor si no se cree en el otro.
Puede que sea pesimismo, puede que haya sido la vida.. y no sé, quizás mi carta astral. Pero no logro confiar en la gente. Sé que doy la apariencia sutil de ser una convencida de las relaciones humanas, pero es un engaño. No confío realmente en nadie. Ni si quiera en mi. Quizás es por la ilusa creencia de que debe haber alguien que me conozca a un 100%. Quizás es eso. O quizás es que las dos personas en las que se supone que uno confía, nunca me dieron la seguridad para hacerlo. Nunca sentí que podía tirarme de espaldas e iba a ser recogida. Y cuando lo sentí, cuando de verdad me sentí más que protegida y con una pierna entera en la confianza que yo tanto anhelaba, me pegué un tropezón de aquellos y me di cuenta que tal persona tampoco estaba tras mío para sostenerme. Más bien me dio un empujón y se fue.

El chocolate no tiene su sabor de siempre, y sospecho que hasta puede que su fecha de vencimiento haya sido hace meses atrás. Y tal vez esta pena también debería tenerla...pero no la tiene. Porque no tiene que ver con un hombre, o con que me rompió el corazón en más partes de las que si quiera sabía que tenía. Si no con que esta pena la tengo desde que tengo conciencia. Esta pena me carcome por dentro, y ya no sé cómo confiar...en nadie. Voy con un peso en el alma del que a penas me doy cuenta, porque la tengo tan corporeizada y es tan mía, tan propia que ya no la distingo como algo que se pueda ir.

Lamentablemente las palabras parecen irse de mis manos, mi maldita doble personalidad ha comenzado a atacarme, y vuelvo a ser la estúpida pendeja que escribe en su blog y llora por las noches. Esa voz vuelve a atacarme y comienza a decirme que publicar esto no es una buena idea... quizás no lo sea... pero antes de que esa voz se apodere de mi, lo haré.


Gatuna - 1/2

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